“El Perú da miedo a veces -dijo Hidalgo- ¡Estas montañas! Si se ponen en marcha, ¿quién podrá detenerlas? Sus cumbres llegan hasta el cielo”. Estas palabras de José María Arguedas, en Todas las Sangres, expresan bien lo que muchos peruanos y peruanas experimentamos en estos días. Al miedo se le suman el desconcierto, la perplejidad, la desazón ante los muchos quiebres presentes en la vida nacional y que en estos últimos días se expresan con máxima violencia. La misma que se ha cobrado la vida de más de 20 compatriotas, muchos de ellos adolescentes y jóvenes. En este país de El zorro de arriba y el zorro de abajo, “impaciente por realizarse” como diría Arguedas en esta otra novela, debemos seguir afirmando, con él, que “es mucho menos lo que sabemos que la gran esperanza que sentimos”. Ante el temor: la esperanza.
No se trata de una esperanza quimérica, en abstracto, o que se pueda confundir con la espera planificada o una deseada expectativa. Tiene raíces hondas que permite mirar más lejos. No debemos olvidar que este es el país que ya venció al terrorismo, al cólera, a la hiperinflación y redujo el hambre y la pobreza a mínimos históricos. El Perú tiene una reserva resiliente en su gente, especialmente en aquella gran mayoría de personas de buena voluntad que desea un país mejor para sus hijos y se empeña en lograrlo. Por supuesto que no ha sido ni será tarea fácil. Lo saben muchas personas y organizaciones sociales que ponen su grano de arena cada día para construir el país que somos. No aparecen en los titulares de los diarios, pero son los que hacen posible mantener la institucionalidad democrática y una vida digna en medio de tanta “suciedad”, en expresión de Arguedas. Ellas y ellos son la esperanza cotidiana en acción.
En Fe y Alegría nos sentimos parte de este gran colectivo de peruanas y peruanos que desean un país mejor, con mayor justicia y equidad, con menos violencia y corrupción. Hoy, esta tarea implica el diálogo urgente entre los diferentes actores sociales y políticos que permita encontrar salidas democráticas a la situación actual. Los escenarios son diversos: el Congreso, sin duda, pero también el Acuerdo Nacional, la Asamblea de Gobernadores Regionales y las instituciones de la sociedad civil que han presentado iniciativas de reformas políticas y electorales. Hagamos de esta crisis una oportunidad para mostrarnos que, en los momentos difíciles, los peruanos sabemos llegar a acuerdos mínimos que aseguren nuestro futuro como nación. Eso es también educar.
La apuesta fundamental, sin embargo, está en el mediano y largo plazo. Lo ocurrido en estos días nos muestra el largo camino que aún debemos andar para hacer del Perú un país integrado. Por ello, la esperanza en la que fundamos nuestra tarea por una educación de calidad para todas y todos, particularmente para los más vulnerables, es una esperanza activa, terca, capaz de integrar esta y todas las crisis en una propuesta de nación que nos inspira. Es lo que nos enseña José María Vélaz: “Fe y Alegría siempre ha defendido la tesis de la educación por encima de todo, la educación de todos con el sacrificio y la cooperación de todos. Una patria educada es la única forma actual de tener una patria independiente y soberana” (Doce pequeñas charlas para la radio, 1968).
La primera carta de Pedro nos dice que estemos “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida razón de vuestra esperanza” (3,15). Pues bien. Esa es nuestra esperanza, la de Fe y Alegría, en el Perú agitado de estos días. Que la Navidad y el nuevo año nos concedan el regalo de dar un paso adelante en la construcción del país que anhelamos, soñamos y esperamos.
Ernesto Cavassa, SJ.
Director general de Fe y Alegría del Perú